SOBRE LA ADICCIÓN AL TABACO.



Dejé de fumar hace tres meses y medio. Lo había intentado dejar muchas otras veces antes. Sin embargo, siempre volvía al poco tiempo de dejarlo, y me sentía mal por ello. Tenía una relación de amor-odio con el tabaco. Como la mayoría de fumadores y ex fumadores, sino todos.

Durante todos estos años de fumadora y durante los múltiples intentos de dejar de fumar, analicé en mi interior, mis procesos mentales-emocionales, así como los de otras personas fumadoras que he conocido y con quienes he compartido algunas reflexiones.

La relación disfuncional amor-odio con el tabaco se podría resumir de este modo:

Fumas. Te conciencias un tiempo para dejarlo, reducir los cigarrillos diarios, o lo dejas de la noche a la mañana porque sabes que ya no puedes más, que está acabando con tu salud, con tu energía y con tu bolsillo. Pasa un tiempo. Da igual que sea corto o largo. Te encuentras con alguna situación en la que, anteriormente, te refugiabas en el cigarrillo (una fiesta con amigos, una discusión con tu pareja, un momento de bajón, un momento de descanso, emociones como impotencia, miedo, rabia, soledad o simplemente aburrimiento…), ese día te pilla un poco “desprevenido” y vuelta a empezar. Puede que te fumes unos “cigarros de nada” pensando que no te vas a volver a enganchar, y mira por donde, te enganchas, como otras veces antes. Y comienzas a repetirte interiormente cosas como “si es que no voy a poder”, “otra vez igual”, “nunca lo podré dejar”, “me voy a pasar toda la vida luchando contra esto”, “me estoy traicionando a mi misma”, “me estoy matando” que van mermando tu autoestima y confianza, o lo que es peor aún, te mientes para no sentirte mal, en plan “bueno, no pasa nada, ya lo dejaré más adelante”, “si lo he dejado una vez lo puedo dejar más veces”, “de algo nos tenemos que morir”, “es que sin cigarro no disfruto igual de las cosas: el café, una comida con amigos, la puesta del sol”.



Lo cierto es que todas estas voces, tanto las que merman nuestra autoestima hasta hacernos creer que nunca podremos terminar con la adicción, como las que nos convencen de que sin tabaco la vida no tendría sentido, son las voces de la adicción hablando. No son tú. No eres tú. Tú eres quien las escucha en tu cabeza, contradiciéndose entre sí.

No son tú pero te hacen daño. Tanto o más que el propio tabaco. 

De esta lucha interna, a la que se enfrenta cualquier adicto, no se habla. O se habla poco. Y es muy auto-destructiva. Tanto como la sustancia a la cuál se es adicto.

Tampoco se habla del “vacío” de fondo en todo fumador, de la “soledad” de fondo que siente una persona al dejar el tabaco, una soledad que ya estaba pero que ahora mismo siente en todo su explendor porque no puede esconderla tras las caladas. La salida a flote de la propia vulnerabilidad, de las propias heridas que ha estado escondiendo tras el tabaco. Y eso está ahí. No es solo producto del mono.

Las heridas, los miedos, la propia vulnerabilidad siempre han estado ahí. Pero así como otras personas, se refugian en el consumismo, tener la agenda llena de eventos, cuidar a los hijos, la televisión, el sarcasmo, el trabajo, el gimnasio o en asegurarse de estar rodeados de gente continuamente, el fumador lo hace en el tabaco. 

Siento decirlo así, pero así es. Infinidad de las “cosas que hacemos”, las hacemos para rellenar ese vacío, y no sentir nuestra vulnerabilidad. En la sociedad de hoy, hay muchas adicciones de las que no se habla. 

Una adicción es cualquier cosa a la que nos aferramos, nos enganchamos, para no sentir dolor. Para "distraernos" de aquello que está ya en nuestro interior y no queremos sentir. 

Este “vacío”, este sentimiento de que “algo me falta”, “algo está mal conmigo”, es intrínseco a nuestra condición humana (y espiritual). El sentimiento de soledad que no puede llenarse con nada por más que lo intentemos siempre está ahí, acechando. Quienes mueven los hilos del sistema consumista (que no son los gobiernos, por cierto, pero de esto podríamos hacer varios post más) lo saben muy bien, y por eso el sistema funciona a la perfección.

Pero también es verdad que ese vacío interior nos conecta con algo más elevado, si nos paramos a sentirlo, y nos recuerda lo que en verdad somos. Y conforme yo lo veo, ese es su propósito de existir en nosotros.  

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